Lo malo de los atracones es que, quienes los cometen, siempre quedan en evidencia a la hora de defecar. Tanto atiborre de dinero tiene consecuencias en el sistema digestivo del sujeto, logrando que sus deposiciones sean motivo de estudio por lo tremendo de su tamaño. Comer tanto dinero atasca los retretes, haciendo que el olor sea insoportable, incluso para pituitarias acostumbradas a lo fétido.
Los daños colaterales que la avaricia y la desvergüenza dejan en su camino deberían ser calificados como terrorismo económico. Lo que ha ocurrido con los consejeros de la antigua Caja Madrid, actual Bankia, es un ejemplo, otro más, de como los terroristas campan por los consejos de administración de los órganos económicos con un desparpajo y una chulería digna de encomio. Han cometido un delito comparable con el asesinato en primer grado, y todavía están paseando por nuestras calles, en lugar de pasar los días en el chabolo de un centro penitenciario, escribiendo un diario, viendo programas del corazón y fumando Winston americano pasado de contrabando.
La sociedad, y por extensión: los políticos, los fiscales y los jueces, deben dejar de ver «ciertos» delitos económicos cometidos por «ciertas» personas, como las gamberradas de unos niños grandes que apenas tienen consecuencias sobre el resto. Las consecuencias de dichas acciones son graves y nos atañen y perjudican a todos. El robo y el desfalco de lo público debe ser castigado con contundencia... además de ser recuperado en su totalidad. Estos actos de terrorismo financiero no son un molesto, pero simple, dolor de muelas del sistema. Es un cáncer en toda regla cuya metástasis ha infectado todo el organismo. No hay que ser médico para comprobar que esas fistulas sangrantes no tienen buena pinta.
Aquí hay enlaces para entretenerse un rato con este asunto de las «tarjetas black» y de paso cabrearse hasta provocarse un infarto con tamaña desfachatez.
Podríamos estar hablando largo y tendido sobre lo malos, ladrones y mezquinos que esta gentuza son. Podríamos estar hablando hasta que se nos hinchase la lengua sobre lo «sorprendente» que resulta que nadie supiese, ni dijese nada sobre este expolio planificado con alevosía y desvergüenza, rayana en el escarnio, hacia el resto de la sociedad... pero eso ni explica, ni soluciona nada, porque cuando el dinero habla todos callan.