Me llamo Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón-Dos Sicilias. Pero pueden llamarme Juan Carlos I de España que me resulta más agradable. Los allegados, los muy allegados se entiende, me llaman Juanito, pero ustedes no lo son. Si lo prefieren pueden dirigirse hacía mi persona como Su Majestad, que es más corto. Ustedes lo agradecerán (y yo por descontado también).
Soy de natural campechano, pero mi oficio es ser rey. Lo soy por la gracia de Dios...y gracias a un general llamado Francisco Franco. Este hombre, que Dios tenga en su gloria, tuvo que enderezar el destino que había tomado España al votar las gentes a la República en 1931, mandando a mi abuelo el rey Alfonso XIII al exilio. En 1936 decidió que tanto sin Dios se tenía que acabar y se alzó en armas para preservar a este país del peligro ateo y comunista que se cernía sobre él con el beneplácito de los partidos de izquierdas y de los separatistas vascos y catalanes. Consiguió en una Santa Cruzada enderezar y extirpar ese mal de raíz hasta el momento de su muerte en el año 1975. A los dos días de su fallecimiento me nombraron rey de España. Juré los principios del Movimiento como se puede ver en este vídeo http://www.youtube.com/watch?v=sX-ZW-AgybI.
Que joven y apuesto era. Por cierto tengo que preguntar a Sofía, mi esposa y reina consorte (aunque hoy sea más reina consorte que esposa a efectos matrimoniales... en fin, c'est la vie), quien era ese simpático señor vestido como la sota de bastos que está en la jura.
A mí lo que me gustaba era divertirme e ir tras las chicas, pero el general Franco, se empeñó en que fuese yo en lugar de mi padre Juan de Borbón y Battenberg, conde de Barcelona, el legítimo sucesor dinástico. A nadie le amarga un dulce y a mí menos, así que accedí a los deseos del general y aunque disgusté profundamente a mi padre, tuve que mirar por mi futuro y así de paso no contrariar al general que tenía sus esperanzas depositadas en mí...además de tener un carácter como para contradecirle. Hasta la fecha creo no haberle defraudado (me refiero al general Franco). La iglesia sigue con una posición dominante en el país y los hijos y nietos de los vencedores de la contienda, los adscritos al Movimiento Nacional, están bien colocados y remunerados en puestos estratégicos para seguir dominando y controlando los posibles cambios no deseados que se desvíen de nuestra doctrina y visión de lo que debe ser un país como Dios manda. No es que sea yo de comerme los santos, eso se lo dejo a mi esposa la reina, pero entiendan que este país de siempre ha sido católico, antes incluso de Jesucristo si me apuran, y así debe seguir siendo.
La verdad es que el Generalísimo (otro de los nombres por los que se le conocía al general) para mí fue, no el padre que estaba en Estoril jugando al ajedrez con su futuro dinástico en vez de pescar atunes en el cantábrico junto al general, sino un abuelo, el mejor abuelo del mundo. Le debo todo lo que soy y que mejor homenaje a su persona, saber que en este país todo queda atado y bien atado, como a él le gustaba decir. No me puedo quejar, la verdad sea dicha.
Mi reinado por lo general ha sido una balsa de aceite. Creí que esto de ser rey iba a ser un sinvivir, pero ha sido todo lo contrario. A excepción de un pequeño sobresalto en 1981 debido al nerviosismo de algunos mandos militares, que quisieron echarme una mano con el desgobierno que había en la etapa de UCD con Adolfo Suárez como presidente del gobierno. Pero aquello se arregló gracias al miedo y la poca valentía que tenían los líderes políticos de entonces. Bueno, miedo, poca valentía y muchísima ambición. Algunos políticos pueden pasar perfectamente por reyes a poco que se lo propongan. Aprendí mucho de algunos de ellos, que no voy a nombrar aquí por discreción y porque entre bomberos no hay que pisarse la manguera, como se suele decir.
Como les decía, no me puedo quejar. Pero no piensen que todo ha sido un camino de rosas. Tengo cicatrices producidas en el cumplimiento de mi deber. Para demostrarlo puedo enseñarles los partes médicos que guardo por si en alguna ocasión he de reclamar algo. Huesos rotos, piernas y brazos fracturados, fisuras de pelvis, lesiones en la rodilla, hasta un tumor benigno en un pulmón les puedo decir que he tenido que sufrir con borbónica paciencia en el cumplimiento de mi deber como rey. Tal vez no haya dado la última gota de sangre por este país, pero huesos sanos apenas me quedan. Vale, ya se que quitando una lesión en la rodilla que tuve al bajar de un tanque y algunas propias de la salud y la edad, el resto no se pueden considerar como enfermedad laboral pues las tuve esquiando, haciendo vela, cazando o persiguiendo a alguna camarera de culito prieto, pero las cicatrices ahí están, recordándome que me debo a España...y lo que España creo que me debe a mí.
Hace años nadie se hacía eco de mis actividades privadas, de hecho se creía que no descansaba nunca, que siempre estaba encendida la lucecita de El Pardo. Ahora parecen querer saber hasta el grosor de mis heces y si regularmente me alivio el intestino y recupero la flora intestinal. Y no solo eso, nadie (y menos ningún medio de comunicación) se hubiera atrevido a criticar y especular sobre mis actividades privadas o públicas (da igual pues en algunos casos tanto montan, montan tanto unas con otras). Me acusan de ser infiel a mi esposa y de tener y haber tenido amantes por doquier, pues que la gente sepa, que eso en los reyes es normal. Eso en los reyes ni es pecado ni está mal visto y en los Borbones más. Que me digan el nombre de un rey que solo haya fornicado con su esposa. ¡Vamos, por Dios, que aún hay clases!.
Me intentan desprestigiar, a mi y a la corona, al sacarme a colación los amigos que han sido enjuiciados y condenados a penas de prisión por delitos económicos o a las empresas que visito o dejo de visitar.
Dicen que tengo millones y que me llevo comisiones por los servicios prestados a la patria al poner en contacto e interceder con determinados gobiernos, empresarios y banqueros a nuestras empresas y empresarios modelos, cuando son regalos que no puedo rechazar por el bien del país. Además de ser rey soy un buen patriota. Cuando mi padre renunció a sus derechos dinásticos, me dijo con voz potente y emocionada: "¡Majestad, por España, todo por España! ¡Viva España, viva el rey!". Yo todo lo hago por España y creo que he hecho un buen trabajo. Gracias a mi este país disfruta de una democracia ejemplar que muchos países envidian y un nivel de vida acorde con su estatus mundial. Lo demás es pura envidia y ganas de perturbar la paz que siempre hemos merecido tener.
Les confieso que ando un poco preocupado. El otro día me rompí la cadera estando cazando elefantes en Botswana (que en castellano se ha de escribir Botsuana) y me han llovido críticas incluso de algunas voces que hasta ahora han permanecido calladas y leales a mi persona y a la institución que represento. No es algo que me inquiete, pero sí me molesta. No he hecho nada que nunca antes no hiciese. ¿A qué viene esta, casi la llamaría insurrección, a la monarquía, mejor dicho... a mi persona?. ¿Quieren quitarme de en medio para entronar a mi hijo Felipe antes de tiempo?. Ya he dicho cientos de veces que Felipe no está preparado y además su mujer es una plebeya que tiene mucho que aprender aún de las cosas de palacio. Lo he dicho y lo mantengo: Un rey debe ser rey hasta la muerte. Así que si piensan que voy a abdicar, lo llevan crudo. De aquí no me mueve ni Dios que para eso me puso él aquí (con la inestimable ayuda del Generalísimo, que no lo olvido). Así que ya pueden sacar los trapos sucios que quieran que a mí plim. Y no tengo nada más que decir.