Autopistas de ida y vuelta. Da gusto ser empresario en este país. Especialmente empresario del sector de la construcción. Si además hay afinidad política, ideológica y económica con el gobierno de turno en general, y con el Partido Popular en particular, el gusto raya el orgasmo.
Ya vendrán otros a limpiar los fluidos corporales derrochados en sus encuentros amatorios.
El PP besa con lengua a quien le desliza un sobre en el escote, o le mete una dádiva por el tanga.
Este gobierno es esposa de día y puta de noche.
Bajo los pesados crucifijos que decoran su dormitorio gubernamental, bajo esa apariencia de mujer-mujer de su casa, bajo esas promesas impostadas de un futuro esperanzador de rentabilidad variable, se esconde una ardiente y sensual dama dispuesta a sacrificar la virtud... de los demás, a costa de seguir pareciendo una santa esposa y abnegada madre.
También el PSOE ha dado muestras de esta doble vida, al estilo «Belle de jour», en la década de los ochenta, como bien dice el enlace a la noticia al inicio de este post. Verán implicadas unas conocidas entidades bancarias y unas conocidísimas empresas de infraestructuras. La tarta se viene repartiendo entre los mismos desde hace mucho tiempo. Los demás miramos como comen.
Sin ánimo de parecer un listillo, y con el convencimiento seguro de parecer un idiota, creo que cada vez queda más clara la total falacia que es el actual liberalismo económico.
El sector empresarial, en este sistema, no arriesga su dinero porque, de alguna u otra forma, el estado se lo devuelve. Me refiero, por supuesto, a los empresarios como tal reconocidos. Esos con los que se reune el gobierno a puerta cerrada, sin luz ni taquígrafos, y no a esos nuevos advenedizos que se hacen llamar pequeños empresarios, autónomos, o trabajadores por cuenta propia. Lo de «trabajadores por cuenta propia» es un concepto que todavía me intriga.
Ejemplos de esto existen a diario. Un ejemplo poco difundido es ese en el que la CEOE, se lleva más dinero del estado en subvenciones que el conjunto de los sindicatos de trabajadores. Relevante, ¿no?
Es el estado, con su dinero público, quien corre con los gastos y siempre acaba pagando los platos rotos. Y el sector empresarial de postín, esa gente tan fina, solidaria y educada, son de mucho romper vajillas en fiestas pagadas por otros.
Lo peor de todo es que como gestores son pésimos. Siempre anteponen la gestión privada a la pública, pero la experiencia y los datos demuestran machaconamente la falsedad de dichas afirmaciones.
Su gestión empresarial es de ratero de colmado. Entran en el negocio y tras hacerse una idea de dónde están los productos caros, les echan mano y salen corriendo sin mirar atrás.
Desde que el gobierno de Mariano Rajoy ha sido investido «Profesor Bacterio» por la «Bruselas University», España está sufriendo una serie ininterrumpida de experimentos de difícil justificación. Nuestro profesor Bacterio está imbuido del espíritu curioso y aventurero del doctor Josef Mengele, mostrando orgulloso su «Vergenwundetenabzeichen», llamada en castellano: «Medalla por el cuidado del pueblo alemán», prendida en la solapa de su elegante y presidencial chaqueta.
Mientras tanto, las autobahn hispano-ibéricas siguen agrietándose al paso de los años sin importar a nadie, pues ya quedó todo el pescado vendido hace tiempo.
Es posible que a este paso, la simple titularidad de una bicicleta sea considerada un artículo de lujo. Camino se lleva de ello, visto la reglamentación a la que están sometiendo a dichos vehículos de pedales. Desde algunos sectores ya se está pidiendo que paguen hasta impuestos de circulación y matriculación. Posiblemente acabarán portando en el transportín, obligadamente por alguna normativa municipal y europea: un triángulo de avería, un juego de bombillas, una caja de herramientas y la ITV en regla.
Tanto ordenamiento urbano, reglamentación y orden a la «kartoffen», no puede ser nada bueno.
Algunos gobernantes deben pensar que por sus venas corre sangre goda. Es un error. Aunque pueda quedar chulo verlo escrito en el escudo heráldico familiar.
Los godos formaban parte de los pueblos germánicos orientales. Los godos, o más bien los visigodos, una rama gótica, invadieron lo que antes se conocía como Hispania, romanizada desde hacía siglos. Sin grandes batallas, es cierto, y sin que corriese mucha sangre, pero conquistaron-invadieron, no se mezclaron nada más que lo justo, para autoperpetuarse. Una especie de pioneros franquistas.
La regencia visigoda en España fue una élite gobernante que dirigió el país como un cortijo hasta que llegó la invasión árabe. En eso sí que han copiado las élites actuales la herencia visigótica. Tal vez de casta le venga al galgo, ¿no?
La Reconquista, iniciada por descendientes de dicha élite visigoda -según dice la leyenda, don Pelayo era un noble visigodo venido a menos-, logró, después de 8 siglos, expulsar a los árabes y seguir mangoneando en los asuntos de estado hispánicos.
Todavía hoy, de vez en cuando, sale algún descendiente reclamando el trono de Recesvinto, o de algún otro rey godo famoso. Aunque, por regla general, mientras no les toquen sus latifundios y demás propiedades, y sus tributaciones al fisco les siga saliendo a devolver, se suelen calmar.
Diríamos que actualmente todos aquellos que se hacen llamar patriotas y nacionalistas en España, se creen imbuidos de sangre goda 100% pura. De ahí posiblemente su total asimilación y atracción fatal hacia todo aquello que venga de las lejanas orillas del Rin. 100% «kartoffen-hispánico».
Cuanto esfuerzo y cuanta tontería para acabar ceceando y seseando en alemán.