jueves, 6 de febrero de 2014

Burrocracia española.

En España hemos conseguido pasar, transición mediante, de un régimen católico-fascista -bendecido por el Papa y con el apoyo de las democracias occidentales- a una burrocracia corrupta, en apenas 37 años.
Dentro de otros 37 años posiblemente alcancemos una democracia en que sea posible hacer algo más que votar una vez cada cuatro años. Pongo todo mi optimismo en ese pensamiento y espero sinceramente que algún día podamos ir con la cabeza bien alta por la pasarela democrática mundial. Sé que burrocracia es una palabra bastante grosera. Si mi idioma materno fuese el de Shakespeare diría donkeycracy, pero no lo es.
Uno de los baremos por los que se miden las libertades del individuo en una democracia, viene dado por los palos que recibe dicho individuo por parte de las fuerzas del orden público. 
Indistintamente del grado de libertad de expresión que exista, los ciudadanos deben estar completamente seguros -y a salvo-; a la hora de protestar o exigir que se respeten sus derechos: civiles, laborales, etc., como ciudadanos; de no ser apaleados por aquellos que, precisamente, tienen la labor de protegerlos.
La represión, pues no se puede llamar de otra manera, que sufren los ciudadanos a la hora de ejercer sus derechos democráticos está llegando a límites no sólo inaceptables, sino que están llegando a ser inaguantables. El último caso en Valladolid es una muestra más de ello.
No sólo son estas actuaciones demenciales por parte de quienes tienen que tener la cabeza fría, como es el caso de la policía, las que inquietan. La muerte de once inmigrantes - la cifra aún no se sabe con certeza- que intentaban entrar en Ceuta a nado es otro ejemplo más del comportamiento de nuestras fuerzas de seguridad. En este caso se han lucido los números de la guardia civil encargados del tiro al inmigrante aprovechando que estaban ocupados en no ahogarse. No espero que nadie tenga la valentía y el coraje de declararse responsable de tamaña atrocidad. En España, como en Marruecos, nadie es responsable de nada. Más si es un efectivo de las fuerzas del orden público a quien cuyo corporativismo salva de cualquier incómoda situación.
Seguimos con más hechos luctuosos protagonizados por nuestros democráticos cuerpos de seguridad.
Esta noticia del año pasado es impactante. En lo que va de año ya han muerto cuatro personas en las cárceles españolas. Me refiero a cuatro personas presas, no visitantes a los que les haya acaecido tan funesto suceso en el horario de visita o en un vis a vis salido de madre. Cuatro personas cuyas vidas estaban a cargo, y de las que eran responsables sus guardianes mientras cumplían condena. En este enlace el último preso fallecido en el país. Una muerte, otra más, que debe explicarse.
Igual tenían motivos para morirse, quién sabe. Explicaciones más sarcásticas tiene por costumbre dar el ministerio del interior. Como en la dictadura franquista -dictadura que parecen añorar nuestros actuales cargos ministeriales- solían decir de todos aquellos que se escapaban -léase: intentaban escapar- esposados a un radiador en la pared, saltando a través de una ventana cerrada a la altura de un tercer piso, y planeando en vuelo rasante por el patio de luces de la comisaría hasta estrellarse contra el suelo. Pronóstico grave y muerte de camino al hospital. Se ha hecho lo que se ha podido, pese al empeño demostrado. Palabras de sentido pésame con la boca pequeña a la viuda y demás familia del finado, y medallas y alguna que otra condecoración a los policías que estaban a cargo del detenido por su civismo y buen hacer policial.
Las cárceles no son la isla de Molokai a la que se exilian los leprosos para dejarlos morir... o dejarles sufrir una sobredosis, o dejarlos caer por el hueco de una escalera, o dejarlos colgarse con las sábanas de su catre. Las cárceles son parte de la sociedad, una parte bien visible que nos muestra los errores que como sociedad cometemos. Las cárceles ni se pueden, ni se deben esconder bajo la alfombra de nuestro bonito y chachiguay modo de vida que parece no querer mancharse el trasero al hacer de vientre. Están ahí y ahí seguirán porque son sociedad también. Pero en España parece que las cárceles no existen, pese a morir gente en ellas... y más de lo deseable.
Tampoco parecen existir los innumerables CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros) que han florecido como amapolas en el campo en muchas provincias del país. Y, esto es muy grave, repletos de personas cuyo único "delito" es estar indocumentado. Basta con que un agente de la Sicherheitspolizei española, de el alto a una persona inmigrante y ésta no disponga de su documentación en ese momento, para que dicho inmigrante de con sus huesos en un CIE. Un CIE, pese a tan vocalizable y atractivo acrónimo, no es ni más ni menos que un campo de internamiento. Se sustituye la palabra Campo, por Centro y la democracia se instaura en el mundo de las letras. Nuestro modo de vida no sufre y seguimos creyendo que los niños vienen de París.
Tengo claro que no todos los integrantes de los cuerpos policiales se sienten a gusto cometiendo este tipo de burradas -aunque algunos no se planteen ni el más mínimo conflicto ético ante tales burradas-. Sé que cumplen órdenes, aunque eso de "cumplir órdenes" ya se demostró durante los Juicios de Núremberg que no es excusa para librarse de una posible responsabilidad penal ante la llamada "obediencia debida". Pero lo que tengo muy claro es que los responsables primeros de este tipo de actuaciones nazi-policiales están sentados en despachos ministeriales; apoyándose en mandos policiales cuyo sentido democrático de su trabajo proviene de un concepto erróneo y enfermizo de autoridad; a la vez que añoran los tiempos en que la delincuencia se combatía a hostia limpia; y no pagaban en el autobús, ni en el metro; en los bares les invitaban a los cafés y las copas; y en los puticlubs elegían y no hacían cola, cuando iban de paisano con sólo enseñar la placa.
Estas actuaciones policiales también las han denunciado el Consejo de Europa. No es un ataque gratuito. Para ser policía hay que ser persona, y además íntegra. A algunos el uniforme les viene grande y se les nota. No deberían tener miedo a dejar su trabajo, o perderlo, siempre habrá discotecas dispuestas a contratar sus servicios como matones.

domingo, 2 de febrero de 2014

Todo queda en casa.

En la fiesta anual de autobombo del Partido Popular; pese a algunas faltas de asistencia que en otros tiempos hubiesen significado cuanto menos: "divergencia de opinión y rumbo con la cúpula del partido";  parece haber reinado el optimismo, o al menos lo más parecido al optimismo que pueden expresar aquellos como los mandamases de dicho Partido Popular. 
El optimismo y alegría de don Mariano se puede observar al ver su chaqueta color beige claro cuando en un receso se ha unido a un corrillo de Nuevas Generaciones de su partido para darles  ánimos, fe y esperanza para el año que viene. Acostumbrados a verle de serio, vestido con trajes a medida de color azul marengo, eso puede ser un indicativo, dentro de lo que da de sí don Mariano, de que estaba, o parecía estar, en su salsa. Otros presidentes cambiaban en estas convenciones de partido, sus chaquetas de alta costura por chaquetas de pana o cazadoras informales para demostrar su sintonía y cercanía con el resto de militantes y afiliados al partido. En el caso del señor Rajoy, su estirada educación y personalidad, no le da más que para cambiar de color de chaqueta de unos colores sobrios a otros más alegres, según su estirada visión de las cosas.
Si hemos de hacer caso de su palabra en lo referente a los impuestos y su visión esperanzadora del futuro del país, está claro que es mejor no hacerle caso. De hecho sería incluso mejor no creer nada de lo que dice, vistos los antecedentes de "palabra de honor" que tiene don Mariano y su equipo de gobierno.
Pero seamos condescendientes y pensemos que entre familia, y más dónde hay confianza, ésta da asco. La confianza, se entiende.
Tanto engolamiento en los discursos produce una sensación extraña. Entre vergüenza ajena y ridiculez institucional producto de la caradura demostrada por todos aquellos que exhiben dichos discursos trillados y autosatisfactorios.
Representar y escenificar una obra que se sabe de antemano que todos van a aplaudir, no tiene ningún mérito, ni enseña nada nuevo a parte de engordar, más aún, un ego ya de por sí inflado hasta casi los límites de la hinchazón natural de cada cuál.
Hay que tener claro que todo el mundo procura barrer para casa y arrimar el ascua a su sardina, pero aún así, hay que tener cuidado de no parecer excesivamente autocomplaciente, especialmente cuando la realidad cotidiana nos demuestra lo equivocados que estamos en nuestras soñadoras conclusiones.
No es lo mismo soñar que estar soñando.