lunes, 16 de enero de 2012

A la sombra de la higuera

Morir no tiene mérito, todos lo hacemos una vez en la vida. Lo curioso es que para ser la única cosa por la que tarde o temprano cualquiera de nosotros (sin distinciones de ningún tipo) pasará algún día, no se nos prepara para ello. Ni la familia, ni la escuela, ni más tarde la universidad, que es dónde desde que nacemos nos forman a las personas, nos forman para morir.
En la cuestión de la muerte tendemos a ser autodidactas...y de paso nos autoengañamos. Hablo de formarnos para saber morir con dignidad (si esto es posible). No me refiero a las milongas que desde creencias religiosas se cuentan para engañar a los incautos. Saber, entender y asumir que todo empieza y todo acaba, hace madurar a la persona y es entonces cuando puede disfrutar realmente de la vida. Disfrutar de la vida no requiere gran cosa, es un estado mental. Se puede disfrutar de la vida sin salir de una pequeña ciudad de provincias, no hace falta subir al Kilimanjaro y contemplar la inmensidad de la llanura a sus pies para decir que uno a vivido. La vida es una cosa, las vivencias son otra.
Vivir, eso sí que tiene mérito. En primer lugar porque no todos nacen. Cada uno de los que estamos aquí empezamos después de una frenética carrera en la que unos cuantos millones de espermatozoides se disputaron la llegada al óvulo, pero como eso parece aún demasiado fácil, la naturaleza a dispuesto que además hay que llegar al óvulo cuando este esté en disposición de fecundar, sino es así, el ser el primer y único espermatozoide en llegar no habrá servido para nada.
En segundo lugar porque una vez nacido, es posible que no te de tiempo a vivir. Enfermedades y accidentes son cosas habituales que pueden complicar el asunto de la vida hasta el extremo de perderla. La naturaleza se alía con la casualidad y ambas siguen su curso en este libre albedrío de la Creación llevándonos de paso a nosotros de las manos en este sugerente viaje por la vida que acabamos de iniciar.
Y en tercer y último lugar porque la vida en sí misma es muerte. Si no vives no mueres. La vida lleva la fecha de caducidad estampada en la frente, lo que pasa es que se deja crecer el flequillo para taparla y evitarnos pensar en ella constantemente (todo un detalle por cierto).
Por estas tres razones pienso que la vida hay que saber vivirla. Vale que nadie nos ha pedido permiso para traernos a este mundo, pero eso no es excusa para comportarse como un perfecto malnacido dificultando la vida a los demás y echando por la borda todo el esfuerzo (patadas en la espinilla, codazos y tirones de pelo incluidos) que los diminutos espermatozoides de nuestros padres tuvieron que hacer. La vida se empieza a vivir una vez se tienen las necesidades básicas cubiertas, si esto no es así, no se vive, se sobrevive más bien. Es una confusión bastante habitual, el creer que se está viviendo cuando lo único que se hace es malvivir debido a que uno tiene que ocuparse más de lo necesario en comer, vestir y estar o intentar mantenerse sano. Una vez cubiertas esas necesidades, es fácil ponerse a ello aunque no todo el mundo lo consigue. Supongo que la casualidad, esa vieja compañera de la naturaleza, recuerden, que nos daba la mano de pequeños, nos sigue echando un ojo de vez en cuando y hace que las cosas se sigan complicando más veces de las que desearíamos. ¿Quién ha dicho que vivir es fácil?. Ya sabemos lo que hay que sufrir y pasar solamente para poder nacer, algo que empieza así de duro, no puede ser después un sensual, suave y aromático camino de rosas (obviemos que las rosas tienen espinas y tomemos el símil por sus pétalos).
Habiendo sabido vivir es posible que sea la única manera de llegar a viejo y que la muerte, al salir a nuestro encuentro, nos trate de usted. Hay personas que prefieren vivir como héroes y luego morir y ser recordados como héroes, al menos eso dicen y manifiestan en cuanto tienen oportunidad. Respecto a que quieran vivir no lo discuto, en cuanto a que quieran morir como héroes, lo siento pero tengo mis reservas, porque normalmente siempre se llevan por delante a otros que ni pretendían ser héroes y mucho menos querían morir como tales. Luego también están aquellas personas que mueren en loor de multitudes y a los que se le escriben panegíricos larguísimos que resultan no corresponder a la verdad ni en los puntos, ni en las comas de dichas alabanzas. A mi de cualquier manera espero que la muerte me encuentre (no pienso salir a buscarla) a la sombra de una higuera después de haber devuelto a la biblioteca el libro que haya terminado de leer cuando tal acontecimiento suceda. No quiero llevarme nada que no sea mío.