España, desde hace años, vive una Semana de Pasión continua y constante a la que nadie parece saber, ni querer, atajar.
Nuestra afición religiosa a las colas, ya sea para sacar al santo de turno, o para acudir al fútbol, ha encontrado su razón de ser en los altos índices de paro que asolan el país.
Las cinco regiones de la UE con más paro resulta que forman parte de esta piel cuarteada de toro que es España. Otra muesca para la relumbrosa marca España.
Nuestro registro genético a no saber, o no querer saber, por dónde nos sopla el aire, no da muchas esperanzas de que esto vaya a cambiar, pese a la fe religiosa de nuestra ministra de Trabajo, Fátima Bañez. Tanta ignorancia vestida de inocencia no es normal. El infantilismo ministerial avergüenza más que tranquiliza.
Tengo tan poca fe depositada en nuestros gobernantes, que el día que estas procesiones camino del SEPE dejen de ser visibles, pienso que será porque la gente se ha concienciado y ha empezado a usar masivamente la opción telemática. Pero no porque se haya solucionado el problema, sino por ser la única manera de evitarse colas y esperas innecesarias. Al igual que el soterramiento de la M-30, será una manera de esconder bajo tierra los atascos. Uno no quiere ser mal pensado pero los hechos cantan, y los datos son demoledores, pese a la fe inquebrantable de nuestros dirigentes en creer todo lo contrario.
Y mientras, nazarenos, penitentes y cofrades, conmemoran la pasión, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret. Las iglesias sacan su artillería pesada, y los creyentes sinceros, creyentes a secas, curiosos y profanos, asisten a las múltiples procesiones y representaciones de la Pasión, a poco que se despisten en alguna calle del casco viejo de cualquier ciudad.
Las carreteras se llenan de tráfico para huir unos días a las playas y al campo. Procesiones laicas en busca de una Redención en forma de descanso. Un «Spring Break» que aquí teñimos de negro y morado. Vestigios de una tradición que cuenta historias que apenas ya nadie entiende, ni parece querer entender.
Algunos miembros de nuestro católico gobierno, se fotografiarán como creyentes fervorosos de una religión que, originariamente al menos, predicaba la caridad, la prudencia, la justicia y la templanza entra algunas de sus virtudes cristianas. Tengo grabadas unas cuantas risas enlatadas para cuando vea tales imágenes. Risas aseguradas, por si me pilla sin ganas.
Ya sabemos que el hábito no hace al monje, pero aún así se hace raro contemplar tales dechados de virtudes practicando todo lo contrario de lo que sus propias creencias dictan, y sus propios hechos demuestran.
Fariseos, hipócritas, sepulcros blanqueados... no lo digo yo, lo dijo, según La Biblia, ese tal Jesús, que estos días pasean por toda España medio desnudo, desangrado y coronado de espinas, antes de dejarlo clavado y colgado de unos palos.
Lo malo es que al tercer día le dio por resucitar. A partir de ahí el cuento deja mucho sitio a la imaginación. Además, sin cuerpo no hay delito. Y así es difícil demostrar nada.
Eso de saber que tras la muerte, con sólo haberse arrepentido, nos espera la vida eterna, está haciendo mucho más daño que bien al poder judicial.
Golpes al pecho, latigazos en la espalda, y algún que otro indultado que, en agradecimiento a tanta magnanimidad de la Justicia, se siente obligado a cargar con la pesada imagen de algún cristo o alguna virgen redentora, para demostrar su sincero arrepentimiento y total agradecimiento.
Me quedo, de esta Semana Santa, con esa nueva realidad española que dice nuestra beata ministra de Trabajo. La verdad, tampoco se diferencia mucho a lo que ha sido siempre. Una mierda pinchada en un palo. Todo lo santa y sagrada que se quiera, pero igual de mierda. Me refiero a la realidad española.