miércoles, 12 de febrero de 2014

La clá parlamentaria.

Confirmado. Para los parlamentarios del PP, la vida es una tómbola, tom, tom, tómbola, de luz y de color, en el que ellos disfrutan como niños, pues son ellos los que mandan.
Lo han demostrado y lo siguen demostrando a la menor ocasión con sus aplausos y sonrisas, si con la mayoría aplastante de su rodillo parlamentario no queda claro del todo. Hay gente que ríe porque es sano, los hay que ríen por y para joder, y también los hay que se ríen porque son simplemente gilipollas. No sabría decir a cuál de estas dos últimas categorías risoteras pertenecen los parlamentarios y parlamentarias populares que ayer votaron en el congreso.
Después de escuchar a una diputada del PSOE pidiendo a las mujeres del PP, hasta casi el paroxismo, que votasen en conciencia sobre la retirada del anteproyecto de la ley del aborto, y pidiendo que el voto fuese secreto, pensando que eso cambiaría la intención de voto de las mujeres del PP... creo sinceramente, que el arco parlamentario, desde la izquierda hasta la derecha de él, vive en un mundo totalmente diferente al mundo real. No conocen a las personas, y lo que es peor, ni se preocupan de conocerlas. ¿Esperaba concienciar a las diputadas populares? ¿Conciencia? ¿Qué es eso? Por cierto la diputada Valenciano parece ser que sufrió un fuerte golpe al caerse del guindo. Aún debe estar recuperándose.
Los partidos políticos, al menos la mayoría de ellos, se han convertido en bloques monolíticos donde el líder -realmente los asesores del líder- guisa un menú, generalmente cutrecillo y sin gracia, y todos los demás deben venderlo cómo si fuese alta cuisine. Por regla general, los ciudadanos de a pie, no somos demasiado exigentes con lo que nos llevamos a la boca, pero hay sopas que nos intentan vender en las que los pelos asoman y parecen escalar por el borde del plato. Y eso sí que no.
Ayer en el congreso se votaron varias cosas. Una de ellas, con solemne voto secreto, sobre el aborto. Cada vez que un miembro -o miembra- parlamentario del PP se acercaba hasta el estrado para depositar su voto en la urna, una sonrisilla que pretendía parecer astuta les separaba los labios dejando ver sus colmillos. Por cierto, es difícil votar si para ello hay que ponerse de puntillas para llegar a la urna. Para otra vez, igual habría que dejar la urna algo más abajo.
El voto unisex ejercido por los representantes populares me demuestra que los hombres de dicho partido conservador -entre otros muchos atributos- se dan laca en el pelo además de usar fijador, y las mujeres llevan calzoncillos largos -con frenazo incluido- además de rasurarse la barba de puro machito. Hay que ser muy hombre para votar lo que se votó ayer.
Emulando a la arenga militar que el fanático sargento Hartman, en la película La chaqueta metálica, les daba a los reclutas recién llegados, me veo que las mujeres del PP han debido pasar por algo similar en las prietas filas de su partido hasta el punto de olvidarse que son mujeres.
Al día siguiente de dicha votación -hoy 12 de Febrero- se celebra el aniversario de Clara Campoamor. Esta señora fue abogada y política defensora de los derechos de la mujer. Algunos que ayer votaron a favor del anteproyecto, católico y apostólico, de la ley del aborto se les llenará la boca elogiando y homenajeando a dicha mujer sin ponerse colorados, o coloradas.
Viendo la foto que La Razón saca en portada, no sé si los presentes se encontraban asistiendo a una votación en el congreso o asistían a una corrida en la Plaza de Toros de Las Ventas. Es como si acabasen de presenciar la suerte de banderillas o una buena entrada a matar. Sus caras, algunas resplandecientes de gozo, parecen confirmarlo. El hecho de que esas banderillas hayan sido puestas sobre el lomo de las mujeres, parece que es algo que no les inquieta, ni a las populares mismas.

Hay una cosa que parece pasar desapercibida entre tanto aplauso, risa y crítica constructiva, y es que también, con el rodillo parlamentario del PP, se ha aprobado una proposición de ley en el senado -ese senado que algunos dicen que no vale para nada- que restringe, aunque prácticamente elimina, las condiciones en las que los jueces españoles pueden investigar delitos cometidos fuera del país. Este es uno de esos casos. Para ser un puñado de patriotas, nuestros honorables senadores lo disimulan muy bien.
Para aquellos que no sepan que es la cla, deberían saber que es una importación de los teatros europeos de hace siglos. Las entradas de cla eran entradas de gallinero a mitad de precio, con la obligación de aplaudir cuando lo indicase una determinada, y prefijada de antemano, persona. Dicha persona trabajaba para la compañía teatral o para algún crítico interesado, que a su vez tenía intereses comunes con dicha compañía teatral. Como escribió Calderón de la Barca en su día:
"No olvides que es comedia nuestra vida 
y teatro de farsa el mundo todo 
que muda el aparato por instantes 
y que todos en él somos farsantes...".

lunes, 10 de febrero de 2014

El cuento de la infanta.

¿La infanta está triste? No. La infanta esta amnésica.
El amor libera endorfinas cuyos vapores embelesan, como diría el poeta.
Pobre infanta, hacerla pasar por un trago así. Sonriendo a las cámaras... saludando al personal del juzgado... me recordaba a su padre el rey cuando visitaba una fábrica, antes de darse a los placeres de la caza.
Después de remolonear su real presencia durante meses, decidió por fin acudir al juzgado que reclamaba su declaración sincera, y poco después de las nueve de la mañana del Sábado día 8 del mes corriente apareció aseada, vestida de oscuro y camisa blanca hábilmente desabotonada, dispuesta a ser tratada como una ciudadana más, para demostrar a las malas lenguas que la justicia es igual para todos... aunque para otros lo sea más.
Más de seis horas compareciendo ante un juez, mientras en Zarzuela, teléfono en mano, intentaban contener, rezando a todos los santos, la avalancha informativa y la vergüenza de ver a alguien de casta real comparecer, como una vulgar plebeya más, en un juzgado de Palma, pese a haber podido dejar aparcada la carroza en la misma puerta de entrada.
La infanta no sabe, la infanta apenas contesta. "Yo no soy esa", parece decir al juez, entre sus carraspeos y timidez estudiada. "Yo no soy esa, señor juez. ¿Por qué me pregunta sobre mis relaciones empresariales en el negocio de la que soy socia junto al amor de mi vida? ¿Acaso si me pinchan no sangro? Metaselo en la cabeza, señor juez, yo no soy esa". Y salió por donde había venido, montó en su carroza y sin mirar atrás desapareció de nuestras vidas. Aunque alguien aún debe seguir buscando por las inmediaciones del juzgado algún zapato de cristal posiblemente olvidado.
¡Ah! que triste es ser de la realeza... que triste es ser infanta o princesa... rey o príncipe... si no fuese por ser tan bella.

En palacio, a los retoños reales les cuentan historias de los hermanos Grimm o de Hans Christian Andersen. Cuentos en los que ogros en forma de jueces envidiosos, y brujas en forma de resentidos republicanos intentan envenenarlos, secuestrarlos, torturarlos y comerlos vivos por pura maldad maligna, por querer invertir un orden eternamente aceptado. Mala es la envidia que emponzoña los corazones de los súbditos, casi tan mala como los libros. Bendita ignorancia que nos mantiene vivos.

De momento, de los 41 imputados en el caso, 16 de ellos puede que se acaben sentando en el banquillo. La infanta no está en esa lista de posibles encausados. Veni, vidi, vici. Ave Cristina!
Su marido, el señor Undargarín, ha tenido menos suerte. La Fiscalía Anticorrupción  va a pedir algo más que bocadillos de calamares para todos. Alguien tiene que sacrificarse y en palacio han decidido que sea él. Al fin y al cabo él es plebeyo y ama a la infanta, pese a sus devaneos con otras mujeres. El amor tiene razones que nada más los enamorados entienden.

La infanta Cristina, siguiendo los consejos de su familia y demás abogados, ha optado por seguir la estrategia de la tortuga: "Llegar tarde, no decir nada, y seguir con la concha dura". Veremos si eso la da resultado.
El juez Castro se ha dado dos meses para decidir, y decir algo sobre el siguiente paso a seguir. Pero ya sabemos, y además intuimos, que los cuentos nunca pueden acabar mal. En especial para aquellos por cuyas venas corre sangre real.