Vaya por delante mi respeto hacia una persona que no buscó, en un principio, estar dónde las circunstancias le pusieron, pero que una vez puesto, intentó hacerlo lo mejor posible, dadas dichas circunstancias y su visión personal de tales circunstancias, pese a los que le pusieron, y pese a los que no le pusieron en dicho brete.
Como este es un blog de opinión, yo opino.
Hoy ha fallecido Adolfo Suárez, primer presidente español tras la muerte del dictador fascista Francisco Franco.
Un hijo suyo anunció la inminente muerte del expresidente español el Viernes pasado. Independientemente del culebrón periodístico relacionado con la muerte, a 48 horas vista, con el que hemos sido bombardeados estos dos días hasta el fatal desenlace, lo cierto es que su muerte es una noticia de primera magnitud que, como es habitual en el tono periodístico español, ha sido manejada de una manera amarillista y simplona por la inmensa mayoría de los medios de comunicación generalistas.
De Adolfo Suárez, después de escuchar y leer las noticias dadas en este par de días, nos han quedado claras unas pocas cosas. Digo claras, si nos conformamos con la letanía monótona y habitual con que riegan los oídos de los ciudadanos, nuestros profesionales, independientes y veraces medios de comunicación.
Una de ellas es que padecía una enfermedad neurológica desde hacía años que le provocó una pérdida de memoria.
Otra es que era amigo del rey.
Otra, que caía bien a todo el mundo.
Y otra, que cuando la irrupción torera del golpista Tejero en el Congreso de los Diputados, se mantuvo sentado en su escaño, como Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo.
Sinceramente, que estas sean las únicas cosas que nuestros medios de comunicación destacan del expresidente Suárez, no es para tomarlo como un gran panegírico. Si mezclamos estas cosas en un vaso, le echamos hielo, un chorrito de vodka, zumo de tomate, zumo de limón, y unas gotitas de salsa Perrins, podemos hacer un Bloody Mary con el que empezar el día con energía, pero no nos aclarará nada sobre su persona.
Como nuestra idolatrada Transición, Suárez fue un personaje histórico con claro-oscuros.
No es por hablar mal de él, ahora que a muerto, pero pocos han recordado que también fue Ministro Secretario General del Movimiento. Esto significa que perteneció, desde 1958 hasta 1977, al único partido político permitido durante la dictadura franquista: FET y de las JONS (Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista). Un partido fascista, además de ultracatólico. Cosas como esta solamente parecen ocurrir en España.
Salvando las distancias, esto es igual que si un alto cargo como Martin Bormann, director de la NSDAP (Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores), hubiese llegado a presidir Alemania a la muerte de Hitler. No estoy comparando a Suárez con Bormann, sé de sobra que personal, ética e ideológicamente, no tienen nada que ver el uno con el otro, simplemente estoy comparando sus cargos políticos, para intentar ver lo absurdo y estudiadamente maquiavélica, que ha sido nuestra Transición democrática. Y como unas personas, independientemente de nuestras simpatías o antipatías personales, han sido puestas en cargos relevantes para dirigir desde una visión particularmente interesada, dicha Transición y por extensión lo que hoy conocemos como democracia.
La democracia española, tal y como la conocemos y nos la han enseñado, al igual que el fallecido expresidente Suárez, es la crónica de una muerte anunciada, pues ya nació muerta por envenenamiento del anterior régimen dictatorial. Nació con la pretensión de dicho régimen de perpetuarse y darse una legalidad que nunca ha tenido, no tiene, ni jamás tendrá, por mucho que diga esta Constitución firmada por unos hombres que vivieron, en su práctica totalidad, a la sombra de dicho régimen.
Evidentemente dicha Constitución podía haber salido peor. Tampoco soy tan necio de negar que en esencia no es mala, pero ha dejado unos huecos y unos flecos que a la larga están pidiendo a gritos una reforma y actualización urgente, especialmente en algunos de sus artículos. Pero lo peor de esta Constitución es que se invoca como la Biblia contra el demonio para unas cosas, y en cambio para otras parece el simple título, sin trascendencia, de una barata edición de bolsillo para leer distraídamente en el metro.
Animo a los inquietos lectores a buscar información alternativa al amarillismo periodístico con el que nos están atosigando estos días, y lean algo diferente y verídico sobre nuestra Transición, nuestro expresidente Suárez, y sobre muchos de los que ahora se hacen llamar amigos suyos.
En política, la amistad es como deshojar margaritas al antojo de cada cuál. Por cierto, la margarita siempre acaba deshojada.
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