
Me
encantan esos establecimientos, pocos aún por cierto, en el que nada más
sentarte a la mesa te ponen una jarra de agua del grifo y unos vasos, tantos
como comensales se sienten a comer o a cenar. El agua del grifo es como las
olivas con la cervecita. Si te las ponen se agradece, si no te las ponen te
deja una sensación incómoda y acabas preguntándote, tras pagar casi tres euros
por un tercio de cerveza, si deberías dejar o no alguna monedilla como propina
para paliar en la medida de lo posible la tremenda carestía que parece reinar
en el sector hostelero. No pensemos que al no poner tapa sean unos rácanos,
pensemos que las pasan putas para llegar a fin de mes. No me quejo de los
precios que empiezan a reinar por cuatro chuminadas que uno pida en los bares,
a nadie obligan a entrar en ellos. No me quejo de que la nueva y guapa camarera
que hay tras la barra, cada vez que me ve entrar, se aleje tanto de mí que
parezca que la voy a contagiar algo solo con saludarla. Entiendo que no quiera
pillar una baja por enfermedad y que prefiera atender al famoso y joven actor
que se ha venido a vivir al barrio apareciendo por allí cuando su ajetreada
vida social se lo permite. Tampoco me quejo de que me pregunten cada dos por
tres que si la clarita la quiero con limón o gaseosa… es una batalla que ya he
dado por perdida hace tiempo. Pero si pido una jarra de agua del grifo cuando
me siento a comer o cenar ¿qué problema hay si el bar dispone de agua corriente
y, espero, potable? Cuando uno, al desayunar, pide un café y un vaso de agua, no
le dan una botellita de agua embotellada ¿o ahora empezarán a darlas? Puedo
entender que moleste que alguien entre solo y exclusivamente a pedir un vaso de
agua del grifo y tras consumirlo se de media vuelta y vuelva a salir tan
deprisa como entró. Un vaso de agua no se niega a nadie, pero a estas personas
se les puede decir que acudan a su junta de distrito y pidan que el
ayuntamiento ponga más fuentes públicas en las calles al servicio del ciudadano
y de paso que también soliciten urinarios públicos porque uno está harto de
entrar en los bares a orinar. Actualmente orinar en un bar, porque algunos así
lo hacemos, sale a un mínimo de 1,20 € que es lo que, por lo bajo, cuesta un
café. Aunque tengo entendido que en el bar del congreso sale más barato. En
fin, si yo me aburría y me he puesto a escribir dos folios sobre esto, ¿qué no
podrán escribir los representantes del gremio de hostelería, las organizaciones
de consumidores y los distintos grupos políticos al respecto? Por lo demás
cielos parcialmente nublados en Madrid.