Ya tenemos esa alegría que necesitábamos, según dijo el presidente del gobierno don Mariano Rajoy. Aprovechando el "gran subidón moral" en el que andamos montados y viendo que los jugadores de la selección han cumplido su parte del trato, mi pregunta es: ¿y ahora qué?.
Tal vez el presidente debería haber visitado también a unos cuantos banqueros e inversores notables y haberles pedido, al igual que hizo ante los futbolistas, que nos diesen a los españoles una alegría en estos tiempos tan difíciles y complejos en los que nos han metido sus eminencias bancarias e inversoras.
La selección española de fútbol ha ganado la Eurocopa y los medios de comunicación lo resaltan a bombo y platillo por los cuatro puntos cardinales por si aún queda alguien que no se haya enterado.
Está bien eso de que la selección que viste los colores del país gane, pero no debemos olvidar que es simplemente un acontecimiento deportivo y nada más. Magnificar algunas cosas hasta el punto de hacerlas pasar por acontecimientos de índole universal, denota un complejo de inferioridad latente que resulta bastante ridículo visto con perspectiva.
Está claro que lo que ha conseguido la selección de fútbol en tan corto espacio de tiempo es histórico. Conseguir los títulos de la Eurocopa 2008, el Mundial 2010 y la Eurocopa 2012 es algo magnífico e histórico, pero solo en el ámbito deportivo, nada más.
Hay lugares en este planeta en los que el fútbol apenas es un deporte testimonial (Cuba y Estados Unidos, son dos ejemplos) y cuyo orgullo deportivo se vierte hacia otros deportes como el béisbol, por ejemplo.
El fútbol parece haberse convertido en la válvula de escape para muchas cosas. Hay personas que disfrutan viendo un partido de fútbol sentadas tranquilamente en sus casas frente al televisor mientras beben cerveza y comen pizza. Hay personas que disfrutan del fútbol en el campo dejándose la voz animando a los jugadores pese a que llueva, nieve o haga 40 º C a la sombra. También hay personas que confunden el continente con el contenido sintiéndose uno más del equipo y tomándose como algo personal todos los avatares que le suceda a dicho equipo.
Que el fútbol es un deporte que desata pasiones (y muchas de las veces son las bajas pasiones las que desata), se sabe y se da por hecho y no por ello deja de sorprenderme. Que prácticamente haya países que se paralicen ante determinados partidos de fútbol es digno de estudio psicológico. El llamado deporte rey se ha convertido en el deporte de masas por excelencia y para ello ha tenido que dejar por el camino una buena parte de eso que se llama deporte para ganar a cambio más espectáculo.
Los profesionales del fútbol son máquinas de hacer dinero insertadas en el engranaje del espectáculo deportivo del que forman parte y sabedores de ello lo engrasan y miman a conciencia para que siga funcionando.
No es malo olvidar las preocupaciones y los problemas durante un rato. Dejar las complicaciones aparcadas por un momento es hasta sano y si se puede conseguir viendo un partido de fútbol, pues bien está. Lo malo es que ese rato excede con mucho los 90 minutos que dura un partido de fútbol. La parafernalia que rodea al mundo futbolístico se me antoja excesiva para lo que las personas ganamos con ello...es decir nada. Los medios de comunicación pagan cifras desorbitadas por los derechos de retransmisión de los partidos y claro, tienen que amortizarlo de alguna manera. Seguramente este es el mayor de los motivos de la sobredimensión del fútbol en nuestras vidas cotidianas. Y sabiendo que la mayoría de empresas periodísticas son participadas o forman parte de otras empresas relacionadas con la banca y las energéticas (amén de otras ramificaciones empresariales sorprendentes), empresas todas estas que en cierta manera obligan a los gobiernos a seguir el rumbo que a ellas más les conviene, no nos a de extrañar que tengamos fútbol hasta en la sopa.
No es solo cuestión de dinero, que lo hay y mucho, es cuestión también de distracción y no en su sentido lúdico sino en su sentido estratégico.
Utilizar la distracción del dinero, del glamour, del espectáculo de masas, la publicidad sin límites, para consolidar el dominio sobre la opinión pública y en cierta manera acallarla a base de fastuosos acontecimientos futbolísticos no es nuevo, pero ahora el peligro para la salud de la sociedad es mayor. Los recursos energéticos empiezan a escasear y su control por parte de las empresas que se encargan de su explotación, esas empresas que también invierten en el fútbol, se hace más evidente cada día que pasa. Sus métodos quedan más en evidencia y es posible que la dosis de fútbol que nos suministraban ya no sea tan efectiva para sus intereses como lo era hasta ahora.
Imagino que una gran parte de los responsables de dichas empresas cuando ven fútbol, en caso que lo vean, ven a un puñado de esclavos millonarios corriendo tras una pelota vitoreados por las masas mientras les hacen cada vez más ricos y poderosos a cada segundo que pasa. Es la versión actualizada y civilizada de los gladiadores. A la luz de la historia pocas cosas nuevas hay, aunque a su sombra se esconden otras muchas igual de viejas...e inquietantes. El ansia de controlar a las personas llega hasta límites increíbles, pero más increíble es que lo consigan sin apenas esfuerzo por su parte.
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