Últimamente, este país —marca España para los emprendedores— nos está dando tantas sorpresas sin parar que apenas podemos asimilarlas de una en una, y mucho menos en conjunto.
Tras las últimas elecciones europeas el mapa político resultante en el país ha cambiado bastante.
Los partidos de izquierda, por primera vez en la escasa historia de democracia tutelada que disfrutamos, han superado en número de votos a los dos partidos mayoritarios hasta ayer. PP y PSOE.
El guantazo electoral, pese a no ser unas votaciones nacionales, autonómicas o locales, es considerable.
Los nervios se han apoderado de las cabezas pensantes que dirigen el cotarro, y ante la irrupción de algunos grupos minoritarios y nuevos que apenas nadie tenía en cuenta, a las chachas encargadas de limpiar y acomodar a los invitados en esta bonita democracia nacida de una tromboflebitis aguda, las están volviendo locas. Confunden los cubiertos de sitio, echan agua en las copas de vino, además de no saber con exactitud dónde sentar a los comensales recién llegados a palacio.
Hoy nos estamos desayunando, almorzando, comiendo y seguramente merendaremos y cenaremos con la noticia del año. El rey Juan Carlos I abdica.
Para un rey abdicar es como dimitir, para que nos entendamos. Ha decidido desaparecer de la vida pública e institucional, para dedicarse a aquello que siempre le ha gustado. Sean cuales sean sus gustos y aficiones. Aunque nos las podemos imaginar después de 39 años como jefe de estado.
Creo que ha superado en longevidad en el cargo al que fue dictador —para algunos tan sólo autoritario— Francisco Franco. Como buen alumno aventajado, siempre el alumno ha de superar a su maestro.
Como en toda buena dimisión o abdicación que se precie, alguien tiene que sustituir a la persona dimitida. En el caso de los reyes, son sus hijos los encargados de hacerlo. Al igual que las sagas familiares todo debe quedar en familia para mantener su propia supervivencia. En las casas reales no existen oposiciones que valgan. Se les forma desde la cuna para ser reyes. Dios, la tradición y la costumbre de hacerlo avalan tales herencias. No preguntéis porqué.
La abdicación, desde el punto de vista de un republicano, y tomando un símil taurino —siento el símil por simplón— no es más que dar la alternativa, y de paso la muleta y la espada de matar, a sangre nueva... y azul por supuesto. Es decir autoperpetuarse.
Lo veo lógico. Todo bicho viviente lo que desea es sobrevivir y dejar descendencia para la continuación de su especie. Si pudiese yo también lo haría. Pero siendo un simple trabajador es algo más complicado eso de sobrevivir e intentar perpetuarse. Hay normas y leyes que aunque no lo dicen claramente, sí que lo demuestran e impiden de manera fehaciente.
Pero claro, hablar de reyes y de trabajadores en la misma frase, a más de uno le puede causar convulsiones y taquicardias desagradables. Así que lo dejamos por hoy.
Hemos avanzado algo. No suele ser habitual que un rey abdique, lo normal es que muera en el trono y con la corona puesta antes de dejar disfrutar la herencia a los hijos. Yo, sinceramente, de don Juan Carlos no me esperaba esto.
Ahora hay que avanzar más. ¿Felipe VI estará otros 39 años en el trono, o decidirá dejar esto de reinar para aquellos que saben de eso: el pueblo?
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