Para ver los capítulos anteriores, aquí y aquí.
Ya es oficial. Solo falta que salga publicado en el BOE. La enigmática historia del juez Carlos Dívar, sus viajes de fin de semana caribeños, cenas y hoteles de lujo a cuenta del Consejo General del Poder Judicial, acompañado de su escolta y ayudante personal ha llegado a su fin... o eso parece. Ya no habrá que llamarle Excelentísimo Señor por razón de su cargo. Es posible que lo agradezca y todo, aunque ahora se sienta un poco raro y extraño al sentir que no tiene el peso de la toga presidencial del Consejo y del Supremo sobre sus hombros. Pero estoy seguro que su fe, esa fe que predica la humildad como camino para encontrar al Señor, le ayudará, no le quepa duda.
El señor Dívar ha dimitido de sus cargos y en el pleno extraordinario que había convocado ha dicho: "No tengo conciencia de haber hecho nada malo, pero la situación era insostenible" y que se considera "víctima de una campaña cruel y desproporcionada". Como si hubiera hecho un favor al dimitir. Casi le doy las gracias y todo al oírlo.
Conclusión. El dinero se queda sin devolver. Lo gastado gastado está.
Presuponer y más en razón de determinados cargos y profesiones, suele ser el camino más corto para quedarse con el trasero al aire y la cartera vacía, además de recibir un buen sopapo en la conciencia.
El corporativismo es una lacra que dependiendo la escala social a la que se pertenezca profesionalmente puede llegar a ser un cáncer en la democracia y además tiene muy mala cura. No es lo mismo el corporativismo de los txistularis, por ejemplo, que el de los periodistas, abogados, jueces, policías, médicos, etc, es decir esas profesiones llamadas y conocidas como decentes y que tienen un plus de confianza de la gente. Que un txistulari aproveche su profesión para delinquir, está mal, pero que lo haga un juez, o un abogado, o un policía, o un médico, a mi al menos, me parece peor, por no decir el doble de mal. Pero ahí está la conciencia de cada uno y el grado de corporativismo de cada cuál que enfría dicha conciencia.
Tengo claro que la honradez y honestidad de las personas es inversamente proporcional a la cantidad de dinero que debamos manejar y podamos gastar y más si no tenemos que rendir cuentas de ello. Creo que hay gente honrada y honesta y hay gente que comete errores y hay gente que es más mala que beber cicuta en ayunas. Para que gente venenosa no llegue a ciertos cargos para poder esconderse detrás de los corporativismos de rigor, es necesario tener filtros y barreras para evitarlo y prevenirlo.
Que el presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial haya tenido que dimitir por malgastar unos miles de eurillos y que, según él, no sienta haber hecho nada malo, debería dar que pensar. Sobre todo a sus compañeros los jueces y luego a los políticos que les ponen ahí a sabiendas de que les ponen para equilibrar la balanza del poder y no la balanza de la justicia.
Algunos no somos más que unos simples tipos que de vez en cuando se encuentran un billete de cinco euros arrugado y tirado junto a una caca de perro. Nuestro dilema entonces es preguntarnos si estará muy manchado o no para ver si lo cogemos o lo dejamos ahí. Hay personas a las que no les molesta ni la suciedad ni el mal olor del dinero pero que jamás se agacharían para coger esos cinco euros junto al excremento de un chucho, agacharse requiere demasiado esfuerzo para ellos. Esas personas jamás deberían acceder a ciertas profesiones y cargos. La democracia lo agradecería y los ciudadanos más aún.
No hay comentarios:
Publicar un comentario