Jurídicamente es la definición del ser humano desde que es concebido hasta su nacimiento.
Supongo que los señores que hacen las leyes habrán acotado en el tiempo el concepto ese de: "desde que es concebido", y no se referirán al preciso momento en que el pensamiento, aunque éste sea fugaz y susurre a nuestras entendederas: "quiero tener un hijo", es un embrión rebotando como la bola de un pinball de neurona en neurona.
Pero seguro que también llegará ese momento, visto lo visto, en el que hasta los pensamientos serán pecado o delito, o las dos cosas a la vez ya puestos. Observando la fiebre de leyes que están imponiendo esta pandilla de seglares desde la Moncloa, cualquier día es posible que veamos algún auto de fe como lección a todos aquellos impíos y pecadores, además de delincuentes, que ensucian con sus pies el suelo de esta católica nación de España. Quemar brujas, parece ser, siempre ha agradado a Dios, y si además de brujas son abortistas, el acto de contrición es más glorioso aún. Y si para esos futuros actos públicos de arrepentimiento, la Plaza Mayor se queda pequeña, siempre estará ese monumento a los caídos por Dios y España, como es el bonito y monumental Valle de los Caídos... caídos por Dios y por España valga la redundancia.
Dicen que el siglo XVIII fue el Siglo de las luces, pero las luces de esta gente tan australopiteca dejaron de lucir en la Alta Edad Media, allá por el año 500 de nuestra era. Desde entonces no paran de intentar llevarnos de vuelta a todos a aquella época. Aunque sea a golpe de decreto ley.
Nasciturus. La palabrita da grima. Parece el nombre del hijo no deseado de Nosferatu. Pero no. Su significado en latín es: "El que ha de nacer". Y nacerá sí o sí, según la visión medieval de nuestros próceres gobernantes. Nacerá porque lo dicen las leyes, no porque quiera la madre. Nacerá porque al fin y al cabo Dios lo quiere así. Y nuestro gobierno, mensajeros de Dios y de toda la purrela y cochambre retrógrada, así lo interpreta y así lo quiere. Sobre todo así lo quiere. Las interpretaciones están sujetas, redundantemente, a interpretaciones. Y cada cuál interpreta a su manera. El método Stanislavski de los juristas.
Todos hemos sido nasciturus en algún momento. Incluso el ministro Gallardón y los miembros del gobierno que, a puerta cerrada y mientras la policía les registraba la sede del partido en la calle Génova, sin complejos y a la luz de las velas a falta de taquígrafos de confianza, aprobaban la nueva reforma de la ley del aborto. Una nueva ley que obliga aún más a las mujeres a dejar de ser, otra vez más en la patriarcal historia de la humanidad, dueñas de sus propios cuerpos y por extensión dueñas de sus propios destinos, con la argucia y engañoso argumento de proteger el mayor valor, don sagrado lo llaman también, que tiene el ser humano que es: la vida.
Nadie duda del valor que tiene la vida. Por eso creo que son las mujeres las que tienen la capacidad de parir. Y como son ellas las que tienen esa capacidad deben ser ellas las que decidan si quieren abortar o no. Ningún juez, o político por muchos años de estudios de Derecho que tenga, ningún cura, imán, rabino o proclamado pastor de almas que no deba acuclillarse para orinar, debería emitir juicios de valor sobre este tema, pues parecen subjetivos en lugar de objetivos.
Pero seguro que también llegará ese momento, visto lo visto, en el que hasta los pensamientos serán pecado o delito, o las dos cosas a la vez ya puestos. Observando la fiebre de leyes que están imponiendo esta pandilla de seglares desde la Moncloa, cualquier día es posible que veamos algún auto de fe como lección a todos aquellos impíos y pecadores, además de delincuentes, que ensucian con sus pies el suelo de esta católica nación de España. Quemar brujas, parece ser, siempre ha agradado a Dios, y si además de brujas son abortistas, el acto de contrición es más glorioso aún. Y si para esos futuros actos públicos de arrepentimiento, la Plaza Mayor se queda pequeña, siempre estará ese monumento a los caídos por Dios y España, como es el bonito y monumental Valle de los Caídos... caídos por Dios y por España valga la redundancia.
Dicen que el siglo XVIII fue el Siglo de las luces, pero las luces de esta gente tan australopiteca dejaron de lucir en la Alta Edad Media, allá por el año 500 de nuestra era. Desde entonces no paran de intentar llevarnos de vuelta a todos a aquella época. Aunque sea a golpe de decreto ley.
Nasciturus. La palabrita da grima. Parece el nombre del hijo no deseado de Nosferatu. Pero no. Su significado en latín es: "El que ha de nacer". Y nacerá sí o sí, según la visión medieval de nuestros próceres gobernantes. Nacerá porque lo dicen las leyes, no porque quiera la madre. Nacerá porque al fin y al cabo Dios lo quiere así. Y nuestro gobierno, mensajeros de Dios y de toda la purrela y cochambre retrógrada, así lo interpreta y así lo quiere. Sobre todo así lo quiere. Las interpretaciones están sujetas, redundantemente, a interpretaciones. Y cada cuál interpreta a su manera. El método Stanislavski de los juristas.
Todos hemos sido nasciturus en algún momento. Incluso el ministro Gallardón y los miembros del gobierno que, a puerta cerrada y mientras la policía les registraba la sede del partido en la calle Génova, sin complejos y a la luz de las velas a falta de taquígrafos de confianza, aprobaban la nueva reforma de la ley del aborto. Una nueva ley que obliga aún más a las mujeres a dejar de ser, otra vez más en la patriarcal historia de la humanidad, dueñas de sus propios cuerpos y por extensión dueñas de sus propios destinos, con la argucia y engañoso argumento de proteger el mayor valor, don sagrado lo llaman también, que tiene el ser humano que es: la vida.
Nadie duda del valor que tiene la vida. Por eso creo que son las mujeres las que tienen la capacidad de parir. Y como son ellas las que tienen esa capacidad deben ser ellas las que decidan si quieren abortar o no. Ningún juez, o político por muchos años de estudios de Derecho que tenga, ningún cura, imán, rabino o proclamado pastor de almas que no deba acuclillarse para orinar, debería emitir juicios de valor sobre este tema, pues parecen subjetivos en lugar de objetivos.
Con esta nueva reforma de la ley del aborto los curas contentos. Es de esperar que las monjas también. Y contentos también la cohorte ultracatólica de este gobierno de papanatas monacales y monjiles. Las mujeres, que al fin y al cabo son las que paren, en general quedan más desamparadas que antes. Y antes tampoco es que estuviesen especialmente protegidas. Siento decirlo, pero la suerte de ser hombre, hoy es más suerte todavía. Igualdad lo llaman en el bombo de la lotería de género.
Creer que la vida empieza en el mismo momento de la concepción, es como creer que el diseño de los ingenieros automovilísticos del último modelo de coche que tienen en mente dichos ingenieros se ha materializado y ya está aparcado en tu plaza de garaje. De ahí a creerse cualquier cosa, por posible que nos pueda llegar a parecer, hay un paso. No deberíamos olvidar nunca que, la mayoría de las veces, las perspectivas no se llegan a cumplir. De hecho rara vez lo hacen.
Creer que la vida empieza en el mismo momento de la concepción, es como creer que el diseño de los ingenieros automovilísticos del último modelo de coche que tienen en mente dichos ingenieros se ha materializado y ya está aparcado en tu plaza de garaje. De ahí a creerse cualquier cosa, por posible que nos pueda llegar a parecer, hay un paso. No deberíamos olvidar nunca que, la mayoría de las veces, las perspectivas no se llegan a cumplir. De hecho rara vez lo hacen.
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