La lonja de pescados de Tokio ha vendido en su tradicional subasta, un atún rojo de 269 kilos, el primero del año, por la suma de 56,49 millones de yenes, al cambio en euros unos 569.000 €.
El comprador ha sido el dueño de una cadena de restaurantes de sushi. Según dice el señor Kimura, el susodicho dueño de la cadena de restaurantes, "está satisfecho por la compra y espera que esto sirva para animar a Japón tras el desastre del tsunami y posterior accidente nuclear de Fukushima". Independientemente del concepto asiático de satisfacción y animación, que puede ser distinto a nuestro concepto occidental de satisfacción y animación, no veo por ningún lado el motivo que pueda tener este señor para estar satisfecho y animado por gastarse 569.000 € (más de cien millones de las antiguas pesetas) en un pez muerto, por mucho que le sobre el dinero. Definitivamente las personas (parece ser que las que van sobradas de dinero en mayor medida) han perdido el sentido de la realidad, sean estas del continente asiático, del Congo Belga o de la región de Murcia.
Analizando fríamente con mente empresarial esta compra y aún siendo un profano en materia de sushi, atunes y hostelería en general, este dinero desembolsado no creo que lo amortice en el escaso tiempo que dure el atún comestible antes de ponerse malo y tener que tirarlo. Aunque aprovechen hasta la última espina del atún en los numerosos restaurantes de su propiedad, 569.000 € son muchos euros y la gente no creo que sea tan estúpida como para pagar una burrada por saber que come un maki-sushi del primer atún rojo cazado en el año. ¿A cuánto cada nagiri-sushi o cada temaki?, me da friolera de pensarlo... aunque quién sabe, siempre habrá alguien que prefiera gastarse así el dinero (un dinero que realmente no vale lo que se va a comer).
El dinero (y esto es una simple apreciación mía, la simple apreciación de alguien que no tiene dónde caerse muerto) compra muchas cosas, casi todas, pero si hay algo que viene pegado irremediablemente a él, casi tanto como su olor (un olor que a veces se asemeja más al tufillo de un pescado pocho que tira de espaldas), algo que no compra sino que va incluido en el hecho de tener dinero, esa cosa es la gilipollez. Al tener dinero, automáticamente se recibe un carnet en el que pone GILIPOLLAS en bonitas y caras letras de imprenta doradas junto a su foto, edad, dirección y fecha de nacimiento.
Bajo mi óptica de novel degustador aficionado al pescado crudo, creo que el segundo atún rojo cazado en el año sabrá igual (y hasta es posible que mejor) que el primero (y por "tradición" más caro). Eso de dar tanta importancia al primero en todo nos va a llevar algún día a un callejón sin salida y sin vuelta atrás. El primero en desvirgar a una mujer ( o a un hombre dependiendo gustos), el primero en llegar a la meta, el primero en la clase, el primero de la fila, el primero, el primero, el primero, el primero...
¿Si no eres el primero, te pierdes algo?. Supongo que el que siempre sea el primero dirá que el que no lo es jamás lo sabrá...Eso tampoco me quita el sueño, la verdad, aunque habrá gente a la que sí se lo quite y para esas cosas les recomiendo una tisana pues ayuda a conciliar el sueño.
Damos demasiada importancia a la posición de llegada. Lo único que hay que garantizar es que todos salgan a la vez y logren llegar a la meta con las mismas oportunidades. Que luego unos lleguen antes y otros después es indiferente. Está claro que siempre tendrá que haber alguien que llegue primero, igual que para todo tiene que haber una primera vez, pero sin darle mayor importancia que la que tiene. Estamos más preocupados de conseguir el primer atún del año (y en consecuencia pagar un precio desorbitado por ello) que de sentarnos a disfrutar en buena compañía del sabor del atún, sea este el primero, el segundo o el vigésimo octavo del año. Y si no hay atún pues se come trucha, pescado este de agua dulce, sano y sabroso, que desde su producción en piscifactorías no tiene problemas de desaparición por sobreexplotación pesquera.
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